Se nos fue Eduardo Galeano, adiós al gran salmón




Guiados por alguna brújula secreta, los salmones vuelven al lugar donde nacieron. Vuelven para parir y morir.


Desde la mar, remontan los ríos. Nadan a contracorriente, sin detenerse nunca, saltando a través de las cascadas y los pedregales y los muchos días y las muchas leguas.


Los salmones se habían ido de la cuna, rumbo a la mar, cuando eran jóvenes de poco cuerpo. En las aguas saladas, han crecido mucho y han cambiado de color. Cuando desandan camino y río arriba vuelven al punto de partida, llegan convertidos en peces enormes, que del color rosa han pasado al naranja rojizo y al azul de plata y al verdinegro.


El tiempo ha transcurrido, y los salmones ya no son los que eran. Tampoco su lugar es el que era. Las aguas transparentes de su reino de origen y destino están cada vez menos transparentes, y cada vez se ve menos el fondo de grava y rocas. Pero los salmones llevan miles o millones de años creyendo que el regreso existe, y que no mienten los pasajes de ida y vuelta.


Publicar un comentario

0 Comentarios